domingo, 29 de marzo de 2009

EL PERDEDOR (Abril 2008)

En una película de James Bond, un villano preguntaba al famoso espía con licencia para matar: “¿Parece que no le gusta perder, señor Bond?” Sin desviar la mirada de su despampanante compañera de mesa y depositando una enorme cantidad de fichas sobre el tapete, Bond contestaba: “No lo se, no lo he probado nunca” No eran las persecuciones, las explosiones, o los artefactos mortíferos que diseñaba el entrañable “Q”. Ni siquiera la extraordinaria vida sexual de su protagonista. El éxito fulminante de las novelas de Ian Fleming se debió a que el personaje de James Bond era, por definición, un ganador. ¿Alguien que gana siempre? No exactamente. Un verdadero ganador, en la vida real, es alguien que no tiene miedo a perder y que, cuando lo hace, no se viene abajo. Se toma un martini, se alisa el traje y sale sonriendo sin perder la compostura.La cultura futbolística española es fatalista, de perdedores. Cuando nuestro equipo gana nos tiramos a la fuente de la plaza principal de la localidad -las estatuas pierden un brazo o dos, y alguien se abre la cabeza contra el fondo-. Cuando pierde, nos falta tiempo para sacar el pañuelo y gritar “¡Peseteros, sinvergüenzas!”, y pedir la dimisión hasta del utillero. Nos solemos excusar como pueblo de sangre caliente, pasional y desmedido, pero esta explicación no me convence. Cuando agitamos el pañuelo, abroncamos a nuestros jugadores o esperamos a los directivos a la salida del estadio, estamos expresando hispánicamente un incontrolable, violento y patético miedo a perder. Estéticamente no es bonito, pero el problema es otro. Más grave. El miedoso no gana al villano, no se lleva a la chica y se queda sin fichas jugando al bacarrá. Al final, pierde siempre.

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