sábado, 28 de marzo de 2009

LA HORMA DE SU ZAPATO (Noviembre 2007)

Un cierzo helador me abofeteaba el rostro y se entretenía jugando con mi frágil persona, embutida para la ocasión en unas mallas y un envoltorio de tres camisetas superpuestas. Hacía ya un buen rato que no se oía debate en el interior de mi cabeza: por unanimidad, se había llegado a la conclusión de que salir a correr en esa engañosa mañana de noviembre, había sido una pésima idea. Atravesaba una zona de obras próxima a la Expo. En el cuarto piso de un edificio en construcción, una docena de hombres multicolor se toma el bocadillo. A falta de moza a quien piropear, el grupo repara en mi y pronto comienza el cachondeo, los “ a dónde va ese” y el “mira qué pintas lleva”. Me lo tomo con humor, cambio el rictus por una sonrisa e incluso saludo con la mano. Cuando estoy a punto de desaparecer de su vista, desde las alturas suena una voz que sentencia: “¡Más te valdría ponerte a trabajar!” Quizá fue el cierzo o que mis piernas no acabaran de coger el ritmo. Me detengo en seco. Tomo unos instantes para recuperar el aliento mientras, a veinticinco metros de altura, crece la expectación. Levanto la cabeza y encuentro la mirada del descarado, entre divertida y desafiante. “¿Podría hablar con M.Q., por favor?” , pregunto. La sonrisa se le congela. M.Q. es su jefe, y el jefe de todos los presentes. “No le oigo”. Repito la pregunta y la sonrisa ya no es sonrisa, es una mueca. Da la casualidad de que M.Q. también es mi cuñado. “No está, los sábados no viene”. El descarado ya es un corderillo. Saboreo el momento. Con media sonrisa, doy una cabezada de despedida y, en medio del silencio, reemprendo la marcha. Mis piernas han recuperado un vigor casi olvidado. ¿Soplaba cierzo? Casi ni me di cuenta...

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