sábado, 28 de marzo de 2009

HIMALAYISTAS (Mayo 2007)

Es la profesión más peligrosa del mundo, muy por delante de los toreros o los pilotos de fórmula uno. Para la mayoría, una actividad incomprensible: sus practicantes arriesgan la vida sin recibir a cambio ninguna compensación aparente que pueda justificarlo. Los himalayistas o alpinistas de altura extrema no actúan según criterios de mercado ni tampoco en busca de la fama. Si así fuera, habría que aconsejarles firme y cariñosamente que se dedicaran a otra cosa, más rentable y menos peligrosa. Juan Oyarzabal, que ostenta el récord mundial de ascensiones a montañas de más de 8000 metros, sólo ha empezado a ser realmente conocido en España tras aparecer en un reality-show. Cuando los medios de comunicación se ocupan de ellos, casi siempre es para contar en qué montaña encontraron la muerte. Esta vez, con amargura, tampoco va a ser diferente.
Hace tres semanas, Ricardo Valencia y Santiago Sagaste murieron sepultados por una avalancha de nieve en el Dhaulagiri, en el Himalaya nepalí. Santiago era ejeano, uno de los alpinistas con más proyección de Aragón. A Ricardo tuve la suerte de conocerle, y me atrevo a decir que era un hombre especial. El navarro era cariñoso, divertido y buena persona, además de un montañero excepcional. Su desaparición ha dejado un hueco enorme, doloroso y sereno, entre todos los que le conocieron. Ricardo era el mejor embajador posible para este deporte: él tenía la respuesta perfecta para los que no llegaban a entenderlo. La llevaba escrita en la cara. Ricardo era escandalosamente feliz en la montaña y la ventisca a veinte grados bajo cero no era capaz de borrarle la sonrisa. Sólo puedo recordarle así. Ni siquiera creo que esa avalancha traicionera lo haya conseguido.

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