sábado, 28 de marzo de 2009

CENTRO BLANCO (Mayo 2007)

Siento un gran respeto por las obras de arte, incluso por las que no me gustan, pero reconozco que “Centro blanco” es todo un desafío a mis convicciones. La obra de Mark Rothko ha alcanzado un precio récord de 54 millones de euros en una subasta de Sotheby´s. La cifra más alta jamás pagada por una pintura contemporánea. ¿Cómo podría describirla? Tres formas rectangulares de distintos tamaños ocupando todo el lienzo; amarilla la superior, rosa la inferior y la del centro, ¿adivinan? Blanca, por supuesto. Todo de una simpleza que apabulla.
Me quito el sombrero ante Mark Rothko. Que un judío ortodoxo perseguido por los cosacos zaristas, fuera capaz de convencer a las grandes fortunas de Manhattan de que sus pinturas abstractas podrían ser una inversión interesante, no deja de tener su mérito. Apostaría a que Mark Rothko era un artista sincero y no un caradura, como muchos pensarán al contemplar “Centro blanco”. Lo prueba, de forma trágica, su biografía. Persiguió más el afecto que el dinero, porque los artistas verdaderos nacen con un déficit sentimental que no consiguen llenar jamás. Se cortó las venas en 1970, a los 66 años de edad. ¿Quién se ha embolsado entonces los 54 millones de euros? El mismísimo Rockefeller que, a los 91 años, ha redondeado uno de los mejores negocios de su larga y próspera vida: compró el cuadro en 1960 por 7000 dólares. Imprimo “Centro blanco” y lo clavo en mi corchera. Noto que el cabreo inicial ha desaparecido. Ya no me importa el récord ni las subastas. Me doy cuenta de que así, desnudo y en chinchetas, el cuadro gana bastante. El arte no es más que una desesperada llamada de atención. Y decido que me gusta.

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