domingo, 29 de marzo de 2009

LA SANTA TRINIDAD (Mayo 2008)

Un confesor indulgente y un médico de confianza. Durante cientos de años, estos personajes fueron insustituibles en la vida de un buen español. Por supuesto, no todos alcanzaban a tenerlos o a pagarlos, pero se aspiraba a encontrarlos y retenerlos hasta que la muerte dijese la última palabra. Los tiempos han cambiado. Hoy, el médico de cabecera no recibe el tratamiento de “don”, rarísimamente acude a nuestra casa y, si lo hace, jamás le ofrecemos una copita de jerez. ¿Tenerlo cerca en el lecho de muerte? ¡Ni pensarlo! Cambian tan frecuentemente que eso significaría que nos quedan cuatro telediarios y, de momento, – y esto permanece inmutable al paso del tiempo - aquí nadie quiere bajarse del carro.
Nuevos personajes esenciales han aparecido en nuestras vidas. Todo cambia y los adelantos tecnológicos se cobran su peaje de una forma nueva y terrible: con la desesperación. ¿Hay algo peor a perder cientos de horas de trabajo por un fallo en el ordenador? ¿O encadenar una inexplicable avería tras otra en nuestro amado coche? Necesitamos un ingeniero informático y un mecánico competentes, a los que podamos llamar por su nombre de pila bautismal. Como el comer. Los ordenadores y los coches se han vuelto tan complicados que uno se asoma a sus tripas de códigos indescifrables y manguitos misteriosos con un temor reverencial. En los momentos de zozobra, o sea, de avería grave, estos técnicos aparecen para salvarnos como superhéroes de cómic.
Al confesor muchos lo perdonamos. Al médico quizá no, aunque no nos hacemos muchas ilusiones. Al informático y al mecánico los buscamos desesperadamente. De todo corazón, yo les deseo mucha suerte. A mi José Miguel y a mi Carlos...¡no me faltéis nunca!

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