sábado, 28 de marzo de 2009

DESPIDOS (Abril 2007)

Lunes, 8:30 de la mañana. Una fina lluvia cae sobre las viejas murallas de la Aljafería. Un grupo de unas cincuenta personas se remueve, inquieto, junto al puente que cruza el foso del antiguo castillo. Son trabajadores de una empresa en quiebra. Hoy hay sesión plenaria en las Cortes, y quieren gritar al paso de sus señorías, en defensa de sus puestos de trabajo. Llega la policía: “Griten ustedes lo que les parezca, pero en la calle”. La voz del uniformado ha sonado firme y el grupo emprende la marcha, a regañadientes, hacia el exterior del recinto. La perspectiva de recibir un porrazo, un lunes lluvioso tan de buena mañana, no seduce a nadie. Me detengo unos minutos para saludar a un conocido, y a continuación sigo los pasos del grupo de cabreados, que espera en lo alto de la cuesta. Llevo un sobre en la mano, una carta de banco sin abrir que, apostaría mi mano derecha, no contiene unas vacaciones pagadas ni el anuncio de mi nombramiento para el consejo de administración. Cuando estoy a pocos metros, noto que todos me miran, en silencio. ¿Me habrán confundido con alguien? En esos momentos, lo daría todo por un adhesivo de “CCOO” en la pechera. Se oye una voz: “Este ya ha cobrao”. Esbozo una sonrisa pero nadie me sigue. Pienso en detenerme, abrir el sobre y enseñar el extracto de intereses acreedores de 0,3 euros como salvoconducto pero, finalmente, sigo mi camino. Mientras levanto la persiana del local de mi empresa, la cabeza bulle de preguntas. Si un día los clientes se cansan de mí, ¿quién defenderá mi puesto de trabajo?, ¿quién me readmitirá? Me visualizo junto a mi socio, en la Aljafería, armados de pitos y carteles, y me da el bajón. La policía no asomaría el uniforme. Los seguratas se nos comerían con patatas para desayunar.

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