domingo, 29 de marzo de 2009

EL HOMBRE DE BENIDORM (Agosto 2008)

Reconozco que no había oído hablar de él en toda mi vida. Ha tenido que ser en la poco festiva sección “obituario” de un semanario británico, que le dedica un artículo sorprendentemente extenso y trabajado. A los 85 años ha muerto Pedro Zaragoza, alcalde de Benidorm entre 1950 y 1967. Este hombre merecería ocupar un puesto de honor en la galería de los personajes más influyentes, menos conocidos. No se menciona la fecha exacta de aquel viaje que lo cambiaría todo. Fue a comienzos de su carrera, cuando Don Pedro era el alcalde de un pequeño pueblecito pesquero, convencido de la necesidad de atraer al turismo extranjero a una España pobre y ensimismada. Frustrado por la cerrazón de la administración franquista de la época, decidió actuar a la española. Cogió su vespa y tras un viaje de nueve horas en pleno invierno, se plantó en el Palacio del Pardo ante el mismísimo Franco. El caudillo no pudo resistirse a los encantos de ese hombre bajito, redondo y bigotudo, que lucía en los pantalones unas enormes manchas de grasa. Probablemente sería excesivo adjudicar al alcalde de Benidorm la paternidad del boom turístico que transformó España en todos los sentidos. Pero no lo tengo tan claro. Franco confiaba más en su instinto que en los economistas y estoy seguro de que Pedro Zaragoza le ayudó a aclarar las ideas. Falangista, defensor del bikini y transformador salvaje del paisaje costero. Su filosofía urbanística era clara: el rascacielos ocupaba menos, acortaba el trayecto hasta la playa y daba a todo el mundo vistas al mar. A este tipo de personajes, en España, se les pone la etiqueta de inclasificables y se les manda al cubo de la basura de la historia. Desde fuera, para los ingleses, es más fácil ser benévolo. Confunden la residencia de Franco con el museo del Prado

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