sábado, 28 de marzo de 2009

CAMARADA CHÁVEZ (Noviembre 2007)

“¡Gran discurso, presidente!” A ningún aspirante a dictador le falta una corte de aduladores. Como buenos eunucos, se han castrado el sentido crítico y sus halagos al líder están llenos de sinceridad y arrobamiento. No creo que haya orador en el mundo capaz de largar un discurso de dos horas sin llegar a aburrir a las ovejas. Aunque se empeñe en demostrar lo contrario, Hugo Chávez tampoco puede. Uno de los síntomas más reveladores del alejamiento de un político de los principios democráticos, es el alargamiento desmedido de sus discursos. El presidente venezolano tiene un gran maestro: Fidel Castro ha llegado a hablar más de siete horas seguidas en la Asamblea Nacional de Cuba. La palabra de Chávez, a fuerza de tanto practicar, se está convirtiendo en una hemorragia. No hay quien la pare. De puro impertinente, ha conseguido sacar de sus casillas a nuestro pacífico rey Juan Carlos que, a estas alturas, ya creía haberlo visto todo en situaciones diplomáticas embarazosas. Parece evidente que una figura como Chávez, apoyada por una gran parte del pueblo, no puede surgir de una democracia asentada o de una sociedad sin fuertes desequilibrios. Pero Venezuela está incubando un serio problema. La historia ha demostrado que las soluciones carismáticas y los gobernantes vitalicios, simplemente, no funcionan. A los opositores siempre les quedará algún consuelo: los dictadores, como los locos, tienen sus momentos de lucidez. Un día, cuando Hugo Chávez baje de la tribuna después de un discurso interminable, una lucecita se encenderá en su interior. Será sólo un instante, pero durante algunos segundos eternos sabrá que su discurso quizá no fue tan grande. Sólo demasiado largo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario