domingo, 29 de marzo de 2009

ULTIMAS VOLUNTADES (Febrero 2009)

Siempre me han gustado los entierros de las películas americanas. Bandejas de suculenta comida, bebidas espirituosas y multitud de invitados elegantes que ríen despreocupadamente derramados por las habitaciones-cocina-salón (nos lo enseñan siempre todo) del enorme chalet con jardín que parecen tener adjudicado los norteamericanitos desde el día en que vienen al mundo. Se les ve tan a gusto que parece que no se ha muerto nadie. Además, los familiares más directos del fallecido tienen el detalle de salir al jardín en soledad o quedarse en un discreto rincón para no estropear la fiesta a los demás, que han cruzado el Rubicón del “hoy ya no ceno”, y se han lanzado a comer y beber como posesos. Lo digo completamente en serio. Para mi funeral preferiría más cerveza y menos lágrimas. Menos rezos y más canciones. El problema es que, o se realiza una declaración formal y por escrito o, cuando menos te lo esperas (es decir, cuando te mueres), te ves dentro de una caja presidiendo un fúneral plúmbeo en el que sólo habla una persona a la que no conociste nunca, con un fondo de música de cassette. Por escrito, con fecha y firma. El testamento vital o declaración de voluntades anticipadas es un documento firmado ante un funcionario, un notario o varios testigos, en el que pueden recogerse estas cuestiones y otras mucho más importantes: instrucciones sobre los tratamientos médicos que deseamos o no recibir en caso de imposibilidad de manifestar nuestra voluntad, sobre donación de órganos... Aunque a los oligopolios de la moral les moleste, la libertad humana no prescribe por la enfermedad o la inconsciencia. Para evitar intromisiones de obispos y primeros ministros conviene dejar las cosas claras. Formularios de testamento vital son fáciles de encontrar en internet.

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