sábado, 28 de marzo de 2009

NO SE PEGA A LAS NIÑAS (Marzo 2008)

Me dirán que tiene un aire machista y condescendiente, pero me da igual. A fuerza de escucharla desde niño, aquella frase se convirtió en ley incuestionable, definitiva, sin excepciones. Además, como decía el corolario infamante que despejaba cualquier duda, hacerlo es de cobardes. Es triste comprobar que a algunos hombres esta lección no les quedó bien aprendida o, más probable, no oyeron hablar de ella en absoluto. La violencia contra la mujer no es un fenómeno nuevo. Pese a las escalofriantes cifras actuales, muchos más hombres han maltratado físicamente a sus mujeres en el pasado, con la más absoluta impunidad ¿Por qué lo siguen haciendo? Me niego a considerar al hombre moralmente inferior, peor persona que la mujer. Compartimos tanto, unos y otros, que esta diferencia ética me parece imposible. La razón es más sencilla y terrible: algunos hombres agreden a sus mujeres porque pueden hacerlo. La superioridad física bruta del hombre sobre la mujer es sutil en apariencia, pero inapelable en el resultado. Sutil porque sus cuerpos son, proporcionalmente, bastante parecidos. Sin embargo, es difícil encontrar a una mujer que no pueda ser destruída físicamente por casi cualquier hombre. Bestial pero real. Esa superioridad concede una potestad, una posibilidad, un poder. Un poder primitivo del que puede hacerse uso – afortunadamente, en una sociedad como la actual esta posibilidad está muy limitada, por ilegal, por innecesaria, por inmoral – y del que se puede abusar. Los maltratadores, los asesinos de mujeres son patéticos desperdicios de esta sociedad. Pese a la trágica realidad de hoy, un subgénero en vías de extinción, estoy seguro. Mientras tanto, a mi hijo, un día, se lo diré muy claramente: no se pega a las niñas. Jamás.

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