sábado, 28 de marzo de 2009

TINTIN (Mayo 2007)

Tintín es ya un personaje del siglo pasado. ¿Llegarán mis nietos a leer “El cetro de Ottokar” o “La oreja rota”? Espero que sí, pero prefiero no hacerme demasiadas ilusiones. Uno de los efectos secundarios más crueles de envejecer, consiste en comprobar cómo cada generación se empeña en ignorar olímpicamente muchos de los iconos culturales de la anterior. Presentarse hoy en el cumpleaños de un sobrino con un álbum de Tintín bajo el brazo, es exponerse a que le claven a uno un puñal en toda la infancia o, dicho de forma menos poética, que le hagan ver con poco disimulo que su regalo es una decepción total.
Al conmemorar estos días el centenario de su creador, Georges Remi “Hergé”, se han publicado multitud de libros y artículos que reflexionan sobre el autor y su obra. Unos destacan que fue el precursor de la “linea clara”, el estilo de ilustración que anunciara el arte pop de Warhol y Hockney. Otros, que sus historias son los episodios nacionales del siglo XX. Escribir sobre una obra maestra tiene una gran ventaja: es muy difícil equivocarse. Para mí el éxito de Tintín se basa, además, en una idea sencilla y poderosa: al final de la Historia, los buenos ganan siempre. La amistad, la nobleza y la generosidad siempre acaban venciendo a la tiranía y la violencia. También lo dijo Gandhi. Hoy parece sencillo pero, en vida de Hergé, contemporáneo de Hitler, Stalin o Videla, las cosas no siempre fueron tan claras. Cada volumen de Tintín es un resumen del siglo, adelantado a su tiempo. Dicen los detractores del dibujante que, en su vida personal, no siempre supo estar a la altura de la grandeza de su personaje. ¿Quién podría? Conocerte, Tintín, ha sido una experiencia inolvidable. Gracias Hergé.

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