domingo, 29 de marzo de 2009

LA ULTIMA FRONTERA (Mayo 2008)

Es uno de esos raros momentos en los que crees estar muy cerca, casi puedes tocarla, de la forma de ganarse la vida más perfecta que jamás hubieras imaginado. Es miércoles y afuera truena sobre los verdes prados donde pastan, indiferentes, cinco caballos salvajes. De no moverse los equinos de vez en cuando, uno pensaría haber caído prisionero dentro de una postal. Estamos en Casa Castel, lejos de todo y cerca de nada, en uno de los valles más remotos del Maestrazgo. Nuestro bendito trabajo consiste en ver y escuchar. Alrededor de un almuerzo charla un grupo de cuarentones, urbanitas conversos, con tanta pasión, que se hace difícil pensar que fuera nos rodea uno de los despoblados más grandes de Europa. Pilar, nuestra anfitriona, cuenta con desparpajo y humor negro las peripecias de su vida, que tiene todos los condimentos de una buena novela. A su lado, José Luis y Laura, vecinos de Torre Montesanto, los mejores guías de la zona que hubiéramos podido encontrar. Los tres dejaron un día la gran ciudad para montar sus negocios de turismo rural en antiguas masías centenarias, testigos mudos de una forma de vida que nunca volverá. Enseguida saltan a la conversación los temas inevitables en esta comarca: la luz eléctrica que no llega, las pistas que nunca se asfaltan, la ruina total del sector ganadero por la caída de los precios.No ha llovido lo suficiente para quedar atrapados varios días. Si estuviéramos en invierno...lástima. Cuando el 4x4 de José Luis nos saca de allí navegando hábilmente entre el barro, se agolpan en nuestra mente sentimientos contradictorios. La belleza, la injusticia y la valentía pueblan, a falta de personal, los valles del Maestrazgo. No podría recomendarlos más. Visítenlos.

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