sábado, 28 de marzo de 2009

BODAS (I) (Mayo 2007)

En el Código Civil español, en el capítulo “Del Matrimonio”, no se cita la palabra “amor”. Ni una sola vez. Sin embargo, si preguntáramos en una encuesta del CIS cuál es el primer motivo por el que la gente se casa, el 95% de los españoles contestaría: “por amor”. El 5% restante también respondería lo mismo, siempre que preguntáramos en un día en el que no hubieran tenido con sus parejas “la madre de todas las discusiones”. Honestamente, no se puede decir que los redactores del código se dejaron llevar por la ñoñería y el sentimentalismo. Durante el franquismo, la cosa no tenía demasiada importancia. Después de todo, ¿quién se casaba por lo civil?: los comunistas y los extranjeros. 30 años de democracia no han sido suficientes para cambiar una triste realidad: en España tenemos una de las ceremonias civiles más rancias del planeta. Estoy seguro de que en Corea del Norte son mucho más sentidas.
La Iglesia Católica, en cambio, sí que sabe hacer estas cosas: la ceremonia religiosa es incomparablemente más digna, bonita, romántica y emocionante que la civil y, además, tiene los mismos efectos reconocidos. Es cierto que juegan con alguna ventaja: al lado de una bonita iglesia, la mayoría de los juzgados y ayuntamientos se parecen demasiado a los tanatorios. Pero también hay que ser justos: gran parte del éxito de las bodas religiosas se explica por el sencillo hecho de que los sacerdotes dicen la verdad. Se atreven a llamar por su nombre eso que a los legisladores da tanto reparo, ese concepto jurídico indeterminado llamado, con perdón, amor. Con semejante premio, ¿a quién le importa ser católico practicante por un día? Casarse por lo civil se queda para los quijotes, los idealistas y los votantes de Izquierda Unida.

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