domingo, 29 de marzo de 2009

EGOISMO Y CONFIANZA (Septiembre 2008)

Dice mi padre que no hay nada como el dinero para descubrir por dónde respira el personal. No falla. Crees conocer a alguien porque lo llamas por su nombre, en el bar, todas las mañanas desde hace 25 años: “¡Cómo va eso, Manolito!” O porque lo ignoras olímpicamente: “Es un tonto estirado”. De pronto, se cruzan cuatro euros y te han sobrado 24 años, 364 días, 23 horas y 55 minutos para conocerlo de verdad. Con dinero de por medio, el malo no puede disimular su maldad – porque ya no le es rentable -, y el honesto, aunque lo lamente en momentos de debilidad, tampoco puede dejar de serlo. Y es que, aunque duela reconocerlo, la disciplina que mejor retrata a la especie humana no es la música, la poesía o la filosofía, como nos gusta imaginar. Es la economía. Y aquí está el problema. Tendemos a pensar que el homo economicus es un ser despreciable y egoísta que permite las hambrunas de Africa, detiene la producción de petróleo para que el precio suba y se opone a la producción de genéricos para combatir el sida. Consecuentemente, nuestra autoestima como especie, se derrumba. Todo el mundo va a lo suyo, el sistema es un fraude y aquí siempre ganan los de siempre. Sin embargo, este pesimismo no sabe ver la otra cara de la moneda. Hasta el más despiadado de los tiburones financieros necesita para sobrevivir algo que sólo sus competidores pueden proporcionarle: confianza. Como animales económicos necesitamos saber que los otros estarán allí cuando tengamos algo que vender o comprar, que respetarán las normas para que el sistema funcione o que alguien aprobará un paquete financiero salvador, con dinero público, cuando nuestro banco colapse. ¿Amor interesado? Quizá, pero amor, al fin y al cabo. Creo que, de momento, no damos para más.

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