domingo, 29 de marzo de 2009

CUNETAS (Septiembre 2008)

La forma en que un país se enfrenta a su propia historia dice mucho de su grado de madurez, y de sus posibilidades de progresar en el futuro. Progreso económico, pero también moral. Lanzarse de cabeza a las fuentes públicas abrazado a la bandera para celebrar la Eurocopa de fútbol, está muy bien. Pero la convivencia y el patriotismo, tal como yo los entiendo, exigen bastante más. Para empezar, un esfuerzo de empatía hacia las razones y los sentimientos de los otros. No sólo ocurrió en Argentina o en Chile. En España también tenemos desaparecidos: personas arrancadas por la fuerza de sus hogares, torturadas o simplemente ejecutadas, y enterradas en cunetas, montes y partidas de toda España. Tengo que admitir con vergüenza que, hasta hace muy poco, no había caído en la cuenta de las tenebrosas similitudes que guardan el caso español con los de las dictaduras sudamericanas. Lo “nuestro” fue distinto, creíamos. ¿O no lo fue tanto? El juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, ha levantado una gran polvareda al considerar una demanda interpuesta por familiares de víctimas del franquismo, para investigar penalmente el asunto. Probablemente, argumentos jurídicos o simplemente prácticos impedirán que la persecución judicial de los culpables prospere. Sin embargo, lo que algunos han calificado de “garzonada”, ha servido para recordar algunas cosas. Que bajo tierra, en paradero desconocido, hay españoles con agujeros perfectos en sus calaveras. Que la responsabilidad de buscarlos y desenterrarlos no puede quedar en manos de las familias. Que no se trata sólo de memoria histórica; también de forenses pagados por el Estado. Algunos piden que no se remueva el pasado. Para ellos es fácil. Seguro que los suyos no descansan bajo una cuneta.

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