¿Qué quieres ser de mayor? Cuando era pequeño, yo quería ser gasolinero. Respondía muy serio, pero por alguna razón que no llegaba a comprender, todo el mundo adulto se echaba a reír cuando escuchaba mi contestación. Yo no veía la gracia por ningún lado. Las gasolineras me parecían sitios para pocas bromas, donde una sola cerilla encendida por manos insensatas, provocaría sin remedio una catástrofe de proporciones inimaginables. Si yo fuera un magnate del petróleo, mis biógrafos se frotarían las manos ante anécdota tan jugosa y gritarían “¡era un visionario!”, mis hijos se llamarían Brent y Barrel, mi piel sería más marrón, mi banco no me cobraría comisiones, mi coche sería más grande, mi teléfono móvil más pequeño, tendría más pelo... tantas cosas. Pero no. Yo quería ser gasolinero de verdad, de los que manejaban la manguera. Sentado en mi orinal, tarareando “Oh mamy, oh mamy mamy blue”, no era consciente de que magnate y manguera, pese a empezar casi igual, eran dos mundos separados por un abismo cósmico, que a uno le da el viento en la cara y al otro el aire acondicionado. ¿Aire acondicionado dice usted? Já. Aquello sí que eran calores. Encima del orinal, tan contento, destrozando libros de Tintín con lomo de tela hasta que se me cortaba la circulación de las piernas y el borde de plástico rosa pedía paso entre mis sonrosadas carnes. El mundo de los niños es surrealista. La única diferencia con Dalí y Buñuel, es que como todo el mundo supone que debe ser así, nadie le concede ningún mérito. Pero yo procuro no olvidarlo. Cuando hablo con un niño me pongo el mono de gasolinero y me guardo la lógica donde me quepa, por un rato. Porque cuando eres mayor te das cuenta. Qué patéticos, inseguros y botarates podemos llegar a ser los adultos. Por mucho que nos empeñemos en reír a carcajadas para demostrar lo contrario.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario